Montaba bicicleta a lo largo del Rio Calaveras
junto a cientos de libélulas. Era verano.
Algunas personas las llaman Caballitos del Diablo.
Pero prefiero llamarlas libélulas.
Estos insectos,
luego de mucho tiempo como ninfas bajo el agua,
emergen brevemente para reproducirse y morir.
Ese día un desfile de libélulas agitaba el aire a mi paso.
Cientos de ellas arrebatadas,
cortejándose durante los minutos de vida que les quedaban.
Una de ellas me miró curiosa, suspendida en el aire,
igualando mis 15 KPH.
Ahora que lo pienso, quizás era una advertencia.
De pronto, la senda se despejó.
Empezó a escucharse un pesado ruido metálico.
No alcanzaba a identificar qué era:
no parecía de este mundo.
Avanzando alcancé a ver una tapa de alcantarilla que se estremecía.
Tenía un cerrojo que contenía la bestia debajo.
Aceleré y dejé aquella trampa atrás.
Antes de recuperarme del episodio,
me topé con un hombre.
En la distancia parecía como cualquier otro usuario
del carril para bicicletas.
Se había detenido.
Calmado, manipulaba una bolsa de papel en llamas.
En un trance,
dejaba caer los pedazos ardientes
con una elegancia angelical.
Sin voltear,
pasé a su lado y debajo de un puente.
Del otro lado
todo parecía normal.
Las libélulas seguían copulando a la carrera,
y yo volaba entre ellas.
Este texto forma parte de “Center of Attention: Poems on Stockton and San Joaquin”, una antología bilingüe de poemas de Stockton, California, donde viví de septiembre del 2020 a noviembre del 2021.
Las libélulas
The Dragonflies
I was riding my bike alongside Calaveras River
alongside hundreds of dragonflies. It was summer.
Some people call them Devil's darning needles.
But I prefer to call them dragonflies.
These insects,
after a long time as nymphs under water,
briefly emerge to reproduce and die.
That day, a dragonfly parade stirred up the air in my path.
Hundreds of them, impetuously,
courted each other during their remaining minutes of life.
One of them looked at me curiously, hovering,
matching my 9 MPH.
Now that I think of it, perhaps it was a warning.
Suddenly, the path cleared up.
A heavy metallic sound could be heard.
I couldn’t quite figure out what it was:
it didn’t seem to be of this world.
Moving along, I saw a manhole cover shaking.
It had a bolt that restrained the beast underneath.
I sped up past that trap.
Before I could recover from the episode,
I stumbled upon a man.
In the distance, he seemed like any other bike lane user.
He had stopped.
He was calmly juggling a burning paper bag.
In a trance,
he would let the flaming pieces
fall with angelical elegance.
Without turning to look,
I rode past him and below a bridge.
On the other side
everything seemed normal.
The dragonflies kept copulating in a rush,
and I was flying among them.